YO SOY MI VOZ
Imagina una casa amplia, con muchas habitaciones. Tú decides el estilo. A lo mejor es moderna, de una sola planta, con ventanas enormes. O quizás sea un cottage al estilo británico, con vigas de madera y tejado de paja, o una mansión colonial con columnas neoclásicas. O una casa esandinava, toda de madera, a orillas de un lago. Visualiza las habitaciones, los salones, los corredores y pasillos, la cocina, los baños, las ventanas, los materiales de los que está hecha.
Ahora imagina esto: en esta casa que has creado, casi todas las habitaciones están sin usar desde hace mucho tiempo. Tienen las persianas echadas, y no entra el sol ni la luz del día. Hay polvo en el suelo y en todas las superficies, telarañas en el techo. Muchos muebles están tapados con sábanas. Imagina que vives en esa casa, pero sólo usas una, dos o como mucho tres de los múltiples espacios que contiene.
Para muchas personas, esta es la realidad de su voz. Una casa con muchas habitaciones, pero de las cuales solo unas pocas se usan. A pesar de que como bebés y niños pequeños es muy probable que tengamos voces libres y poderosas, capaces de gritar o llorar durante mucho rato sin lesionarnos, y que reflejan con nitidez y transparencia cada movimiento en nuestro paisaje emocional, nuestro ámbito(familiar, educativo, cultural, social) nos condiciona a habitar solo una pequeña parte de lo que en realidad podría ser nuestra voz. Nuestra socialización nos acaba limitando a una voz aceptable para el entorno en el cual nos desarrollamos.
Tómate un momento para reflexionar sobre tu voz. ¿Cómo la describirías? ¿Es aguda, grave, nasal, apagada, demasiado débil o demasiado fuerte? ¿Qué mensajes has recibido acerca de ella a lo largo de tu vida? ¿Te han dicho alguna vez que no hables tan fuerte? ¿Que a esa persona le estás poniendo la cabeza como un bombo? O por el contrario, ¿te han pedido que levantes la voz porque no se te oye? Recuerda cómo te has sentido cuando te han hecho comentarios sobre tu voz, tanto si eran positivos como negativos.
A los siete años descubrí que mi voz cantada gustaba. El director del coro de mi colegio me daba todos los solos. Empecé a ir a clases de canto. En mi familia se cantaba con frecuencia y muy bien. Sin embargo, cuando escucharon los cambios provocados por las clases en mi voz, empecé a recibir mensajes negativos. Se me dio a entender que no sonaba natural, que era pretenciosa. Es curioso cómo dentro de un sistema familiar, cuando una voz empieza a cambiar, las otras voces a menudo se alzan con fuerza para oponerse a ese cambio. Yo me sentía en conflicto. Me gustaban mis clases de canto, pero era difícil resistirme a las críticas familiares. Finalmente opté por abandonar las clases. Creo que en ese momento elegí no arriesgar más cambios que pudieran poner en peligro mi ya complicada relación con mi familia.
Unos años después tuve otra experiencia bastante devastadora con mi voz. Entré en un colegio nuevo a los 15 años y quise formar parte del coro. El director del coro era también mi profesor de música, un hombre con mucha energía y entusiasmo por la música. Yo quería complacerle y caerle muy bien. Al cabo de un par de ensayos se me acercó para pedirme que cantara más bajo, que se me oía demasiado y que mi voz sonaba muy artificial. Acostumbrada a ser el ojito derecho del director del coro de mi colegio anterior, se me derrumbó la imagen que había construido de mí misma como «buena cantante». Sin duda, no estaba del todo desacertado este profesor; en un coro se trata de crear un sonido que sea la suma de todas las voces individuales, sin que destaque una voz por encima de las demás. Pero la manera en que me lo dijo despertó mucha inseguridad y vergüenza en mí, y provocó que durante años abandonara la idea de cantar. Esto me llevó a dar bastantes tumbos en mis elecciones educativas y profesionales, y ha marcado mi vida.
No soy ni mucho menos la única a la que le han pasado este tipo de cosas. En el Centro Voz en Movimiento es muy común que nuestros alumnos nos digan que odian su voz, que no la conocen o que sienten que no vale. Cuando alguien – otra persona o tú misma – critica tu voz, está cuestionando tu identidad. Yo soy mi voz, al igual que tú eres tu voz. Como una huella dactilar única e irrepetible, todos tenemos una voz singular, individual. Esta voz, que vive en nuestro cuerpo, forma parte esencial de nuestro ser y nuestra identidad.
Sería interesante que en lugar de hablar de «cambiar» o «mejorar» la voz, «neutralizar» el acento, pudiéramos usar la imagen de la casa. Si un día decidimos que no es suficiente vivir solo en una, dos o como mucho, tres habitaciones, podemos limpiar y acondicionar los espacios que están en desuso. Seguiremos usando las habitaciones que ya estaban disponibles, pero ampliaremos el espacio habitado. Dejaremos entrar la luz, los rayos del sol. Pisaremos las diferentes texturas de los suelos de esas habitaciones: unas de madera crujiente bajo el peso de nuestros pies, otras de mármol duro y resistente, otras mullidas y alfombradas. Abriremos ventanas, permitiendo la circulación del aire. Desempolvaremos las superficies, e integraremos todo en la casa, incluso desvanes y recovecos olvidados. Podremos jugar con el uso de los cuartos: haremos el amor en la cocina, en lugar de en el dormitorio; el salón puede convertirse en un circo improvisado, y alguna noche probaremos a dormir en la bañera. La casa será la misma y a la vez cambiará.
Yo soy mi voz. Tú eres tu voz. En la casa de tu identidad vocal, tienes la posibilidad de empezar a explorar habitaciones largamente abandonadas. Quién sabe, es muy posible que te encuentres con tesoros ocultos.